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Doctorado en Educación_ UAM
Dic 16 2020

Perfil y compromisos del investigador educativo

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Publicado el 16 de diciembre, 2020

Lección inaugural Doctorado en Educación

Doctora Luz del Carmen Montes Pacheco

Universidad Iberoamericana Puebla, México

15 de diciembre de 2020

 

Antes que nada, quiero felicitar a la Universidad Americana y a los estudiantes de la primera generación del Doctorado en Educación. Después, quiero agradecer por la invitación que me hicieron para dirigirles unas palabras en esta solemne ceremonia y por la oportunidad que me dan para ser parte de este gran proyecto educativo. Pretendo en estos minutos compartir con ustedes algunas reflexiones sobre los rasgos que caracterizan a los investigadores educativos y algunos compromisos que le imprime la profesión.

 

La formación de investigadores educativos, a través de un programa doctoral como este, según mi experiencia, supone al mismo tiempo enfrentar una serie de retos y aprovechar un conjunto de oportunidades. Entre los primeros se encuentra el acompañamiento cercano pero riguroso para que los estudiantes construyan un conjunto de saberes que les posibiliten la generación de nuevos conocimientos en el campo educativo de cara a los problemas regionales, nacionales e internacionales. Entre las oportunidades está la generación de espacios de diálogo, análisis y discusión, procesos necesariamente articulados por las líneas de investigación del programa y que proveen del ejercicio necesario para perfilar el día a día del investigador.

 

Como ven, antes de hablar del perfil, doy un paso atrás al hablar de formación de investigadores educativos que puedan aportar conocimientos nuevos al campo, de carácter teórico, metodológico y empírico que permitan formular nuevas preguntas, nuevas explicaciones y una mejor comprensión de los fenómenos educativos, para eventualmente proponer modelos, programas, metodologías y proyectos de intervención que apoyen en la resolución de los problemas de carácter práctico.

 

Con estas premisas me gustaría que se trascienda las ideas comunes, pero con poco alcance, de que obtener el grado de doctor sirve para superarse profesionalmente, para dar un paso más en la vida, para ser mejor docente y para saber más sobre educación. En mi opinión, obtener el grado de doctor en Educación es el primer paso para dedicarse a hacer investigación individual y colectiva, al mismo tiempo que se acompaña a otros colegas a iniciarse en esta difícil pero satisfactoria tarea.

 

Al respecto de la formación de investigadores, puede uno preguntarse si el investigador ¿nace o se hace? Yo creo que es una combinación. Nos hacemos en el camino, pero emprendemos el andar porque tenemos cierta atracción hacia el conocimiento que, con el tiempo y el trabajo constante, se convierte en pasión por lo que hacemos. Max Weber (2015), en el libro El Político y el Científico, afirma “…en el terreno de la ciencia sólo posee personalidad quien se entrega pura y simplemente al servicio de una causa” (p. 99).

 

Claro, hay cierta distancia entre lo que consideramos un científico y un investigador, pero si aceptamos que la investigación científica supone el abordaje de problemas -de conocimiento- nuevos para la ciencia ya establecida, con bases teórica y científica, a través de un método científico, con un buen manejo de pensamiento lógico y los resultados significan aportes al campo (Caballero, 2014), los investigadores educativos nos movemos en el ámbito científico.

 

En este punto ya puedo perfilar algunos rasgos. El investigador educativo tiene amplios conocimientos del campo, tiene una sólida formación metodológica, ha desarrollado un robusto pensamiento lógico y posee habilidades comunicativas de alto nivel. Al mismo tiempo es flexible, abierto, resiliente y sabe colaborar.

 

Sobre los conocimientos, al ser la Educación un campo tan amplio, el investigador profundiza de acuerdo con la línea de investigación adoptada y trabaja un poco en esa tensión hiper – especialización vs superficialidad. Advierto que los saberes derivados de la práctica docente son insuficientes, aunque haya mucha preparación detrás.

 

La formación metodológica en particular me remite al conjunto de creencias manifestadas cuando responde a las preguntas de Guba y Lincoln (2002, pp. 120-121):

La pregunta ontológica. ¿Cuál es la forma y la naturaleza de la realidad y, por lo tanto, qué es lo que podemos conocer de ella?

  • La pregunta epistemológica. ¿Cuál es la naturaleza de la relación entre quien conoce o busca conocer y lo que puede ser conocido?
  • La pregunta metodológica. ¿Cómo puede el investigador (el que busca conocer) arreglárselas para averiguar si lo que él o ella cree puede ser conocido?

 

Respuestas que se interdefinen mutuamente; esto es, al responder una de ellas, la otras se alinean de manera casi natural.

 

Del pensamiento lógico, me parece fundamental reconocer algunos rasgos embebidos. Un investigador que ha desarrollado este tipo de pensamiento es crítico, propositivo y abierto a la crítica. Hace una valoración rigurosa, del trabajo propio y del trabajo de los demás. Es hábil en las artes de la argumentación y se ejercita fuertemente en lo que Javier Nava (2009) define como procesos de pensamiento de nivel intermedio que permiten emitir juicios sobre objetos considerados como fuentes de conocimiento: interpretación, identificación, inferencia y evaluación. Procesos que a su vez intervienen en el ejercicio de habilidades comunicativas para la producción intelectual y la construcción social de conocimiento: hablar cuidadoso, escucha exigente, leer críticamente y escribir con fundamentos.

 

Además, la construcción social de conocimiento no puede lograrse sin la humildad y sencillez necesarias para exponer el trabajo propio a la valoración de otros, tomando las observaciones resultantes con apertura y resiliencia. Ahí el investigador muestra la flexibilidad necesaria para moverse y mejorar. En la dirección contraria, la construcción social se logra al ser atento, receptivo y crítico en la valoración del trabajo de otros. Por supuesto que entran en juego un cúmulo de sentimientos que, si dichas valoraciones no se remiten al objeto de la crítica pueden afectar emocionalmente, por lo que también cuida las relaciones intersubjetivas, la empatía y la asertividad se vinculan a la confianza basada en la experiencia.

 

Con respecto a las habilidades de escritura, Ricardo Sánchez Puentes (2014) enuncia con mucha claridad:

El investigador no es ciertamente un literato, pero sí una persona que sabe expresar su pensamiento correctamente en un lenguaje técnico, oralmente o por escrito. El investigador describe con cuidado y detalle lo que observa; expone con precisión y ordenadamente lo que piensa de su objeto de estudio; establece sus presupuestos; elabora con claridad sus hipótesis; construye con rigor -aunque con audacia e imaginación – sus marcos de análisis y de referencia; comunica los resultados de sus análisis, interpretaciones o experimentos”. (p. 94)

 

Hay otros rasgos que, por tiempo y espacio, menciono brevemente como el pensamiento creativo, que para mí consiste básicamente en la flexibilidad, no sólo para moverse del punto desde donde mira y está, sino para desaprender y aprender continuamente; porque se arriesga a iniciar un proyecto fuera de su zona de confort. Sobre la colaboración, diré únicamente que es capaz de trabajar en equipo y de asociarse en redes de investigadores en las que se construye sentido de pertenencia al reconocerse fuera del abrigo institucional.

 

Ya en los compromisos asumidos explícitamente, porque en las ideas previas están delineados algunos, además de la formación de investigadores, menciono dos que considero son primordiales. El ejercicio ético de la profesión y la pertinencia social de las elecciones. Las expresiones palpables del primero son el respeto a las ideas de otros, al derecho de los autores y el apego irrestricto a la veracidad de los puntos de partida, de convergencia y de llegada en el proceso investigativo. En cuanto al segundo, el investigador formula preguntas para llenar vacíos de conocimiento que permitan comprender mejor las necesidades educativas prioritarias, que van desde profundizar en procesos de formación de diversos niveles y ámbitos educativos, hasta la atención de grupos vulnerables cuyo ejercicio del derecho a la educación no ha sido posible.

 

Por supuesto no puedo dejar en el tintero, aunque ciertamente no he sido exhaustiva, que la pandemia que vivimos ahora nos obliga a repensar la educación y a repensarnos como investigadores de ella. Si cuando llegue la calma, las escuelas siguen igual, los investigadores educativos seremos responsables de uno de los mayores fracasos en la historia de la humanidad. Las investigaciones en curso tienen generar conocimientos que sirvan para delinear rutas que transformen las escuelas en beneficio de los educandos, con y sin acceso a las tecnologías de información y comunicación, especialmente para los grupos más vulnerados.

 

Cierro este ejercicio reflexivo, con las inspiradoras palabras de Pablo Latapí Sarre, compartidas en una conferencia de cierre del congreso bianual de investigación educativa más importante en México, no sin antes aclarar que a él debemos la profesionalización de los investigadores educativos en mi país. Decía,

Lo importante, lo verdaderamente importante de estos cinco días intensos, [del congreso] era el contagio de un espíritu, de una energía, de un entusiasmo: el reencuentro con el sentido de nuestra vocación, la comprensión de que nuestro conocimiento especializado debe ir vinculado con un compromiso personal por mejorar la educación del país, conocimiento que sea también impulso generoso al servicio de los demás, que sea a la vez inteligencia y corazón. (2008, 293)

 

Deseo intensamente que cada vez que tengan la oportunidad de compartir su quehacer investigativo contagien el espíritu, la energía y el entusiasmo a los que se refería don Pablo.

 

Referencias:

Caballero, A. (2014). Metodología integral innovadora para planes y tesis. La metodología de cómo formularlos. Cengage Learning.

Guba, E. y Lincoln, Y. (2002). Paradigmas en competencia en la investigación cualitativa. En C. Denman, C. y J. A. Haro (comps.), Por los rincones. Antología de métodos cualitativos en la investigación social, (pp. 113-145). El colegio de Sonora.

Latapí, P. (2008). ¿Recuperar la esperanza? La investigación educativa entre pasado y futuro. Revista mexicana de investigación educativa, 13(36), 283-297.

http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1405-66662008000100012&lng=es&tlng=es.

Nava G., J.  (2009). Leer y escribir para ser sujeto. Una metodología constructivista social para leer críticamente y para escribir con fundamentos. UMAD.

Sánchez Puentes, R. (2014). Enseñar a investigar. Una didáctica nueva de la investigación en ciencias sociales y humanas, 4ª ed. IISUE.

Weber, M. (2015). El Político y el Científico. Grupo Editorial Éxodo. https://elibro.net/es/ereader/iberopuebla/135268?page=119